Verónica Gil y su historia con la bicicleta

Desde bien pequeña, esta andaluza ha disfrutado de inolvidables veranos sobre ruedas, una pasión que le ha hecho marcarse grandes objetivos.

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Aprendí a montar en bici con cuatro añitos en el patio de mis abuelos. Unos años más tarde, mi familia se mudó a Mairena del Alcor, y decidieron apuntarme a taekwondo, deporte que he practicado durante 20 años. 

Uno de los recuerdos más especiales de mi niñez es cuando mi padre me llevaba al campo de mis abuelos. Este estaba a 12 km de recorrido en bici, pero eso no me importaba, mi objetivo era bañarme en la piscina. Recuerdo que no había lujos, mi preciada bicicleta era una recogida de la basura, oxidada, y llena de pinchazos. Esto nunca fue un obstáculo, algo tan simple como hacer deporte con mi padre y finalizar bañándome en la piscina era sinónimo de felicidad para mis oídos. 

La mayor parte del verano lo pasaba en el patio de mis abuelos, con una BH plegable que, en esta ocasión, había sacado mi abuela Gertrudis de la basura. Me encantaba recorrer esos 200 metros de patio 20 veces, horas y horas, llevar a mi hermana pequeña detrás en esos hierros sin ninguna amortiguación. Más adelante, mi abuelo no tuvo otra idea que regalarme una bocina. Imaginaos a esa niña en las horas de siesta en pleno verano con una bocina nueva, ¡qué paciencia tuvieron conmigo esos vecinos! 

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A los 23 años abrí mi propia empresa junto mi pareja, eso hizo que nuestro tiempo libre fuera exclusivamente dedicado al negocio, así durante años cada vez iba disminuyendo mi tiempo libre para hacer deporte y provocó que perdiera la motivación deportiva, además de la fuerza para realizar deporte. Justo antes de la pandemia, a mis 28 años, ¡me compre mi primera bicicleta nueva de tienda! Empecé haciendo un recorrido de una hora, pero me bajaba en todas las cuestas. Me sentía cansada y no encontraba el porqué. No hallaba la motivación, pero aun así le seguía dando una oportunidad. Llegó la pandemia. Durante esos dos meses en casa volví a recordar lo importante que es cuidarse, el amor propio, la gestión del tiempo, y, de este modo, conseguir la motivación personal. Aun así, seguí sin encontrar el momento perfecto para pedalear. 

Ese mismo año, me marqué un objetivo personal que aún sigo cumpliendo, descansar todos los fines de semana del año, aunque tardé un par de meses en adaptarme. A raíz de esto, en una salida con una amiga donde deambulábamos sin rumbo alguno mientras investigábamos caminos, me encontré con un grupo de chicas que también estaban empezando. Me animaron a unirme a ellas y ahí comenzó mi motivación. Tras salir con ellas en grupo y ver mujeres de distintas edades afrontando cualquier recorrido propuesto esa superación diaria, pensé “si ellas pueden, yo también”. Al mes de empezar a tener una rutina en este deporte, una de mis compañeras, un poco alocada propuso ir desde Sevilla a Chipiona en bicicleta. Yo no lo veía muy claro, pero… ¡se hizo! ¡100 kilómetros! Ese recorrido creó una unión mágica entre nosotras, nos animó a seguir pedaleando. Al ver que ya tenía rutina y motivación, mi compañera Anabel y yo decidimos fijar unos días de “entreno” e ir más allá. 

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Fuimos mejorando, superándonos y cosechando una bonita unión a través de este deporte. Ella nunca me dice no, da igual lo que le proponga: carreras hacer rutas largas, incluso presentarnos a L’Etape Madrid sin saber manejar la bici de carretera. Este mismo año, necesitaba un poco más ya que las rutas clásicas se me quedaban cortas, y decidí inscribirme todos los fines de semana que pudiera a cualquier carrera, ya sea media maratón o maratones. Al ver que era capaz de terminarlas, y que cada vez tenía una mejor sensación, hizo que me enganchara aún más. Poder desarrollarme en otros terrenos, paisajes y ambientes es algo motivador para mí. Todo esto me llevó a participar en el proyecto, ya que la Federación Española se puso en contacto conmigo para formar parte de él, mientras lo compagino con las carreras. 

Animé a más compañeras a formar parte del proyecto. Actualmente somos entre seis u ocho líderes, donde nos organizamos e intentamos hacer rutas de todos los niveles. Incluso nos estamos quedando sin niveles porque están avanzando muy rápido. Mis amigas están cansadas de oírme hablar de bicicletas y carreras, aunque al final me comentan que se quieren comprar una para poder verme y disfrutar juntas. Para finalizar, quiero nombrar a otras compañeras: Inma, Chari, Manuela y María. Compañeras donde el apoyo incondicional ha hecho crear un vínculo cercano hacia este deporte y poder compartirlo con más mujeres. Por otro lado, a todas esas ciclistas que participan en nuestras quedadas. Tanto ellas han aprendido de nosotras, como nosotras de ellas, por su valentía, superación y dedicación. Eso hace que nuestras quedadas sean muy especiales. Sin olvidarme del proyecto Women in bike.

Verónica Gil

 

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