Marisa San Bartolomé y su redescubrimiento de la bici a los 45 años

La historia de Marisa San Bartolomé con la bici se remonta a su niñez, pero tras una época sin rodar, los 45 años le dieron una nueva oportunidad con las dos ruedas y una pasión enorme por el ciclismo.

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Soy Marisa y esta es mi historia ciclista. Mi relación con la bici se remonta a casi cuando comencé a caminar. Nunca tuve una bici propia en mi niñez. En mi casa éramos cuatro hermanos: tres chicas y un chico. Y como era lo normal entonces, la bici era cosa de chicos, por lo que la primera bici que entró en mi casa fue la de mi hermano Rafa, que por suerte por los pocos meses que nos llevamos fuimos compañeros de juegos.

Por lo que esa bicicleta pasaba de su mano a la mía y por suerte para mí, como él jugaba al futbol y a mí no me gustaba porque me daba miedo el balón de reglamento, esa doble afición que él tuvo hizo que yo pudiera disfrutar más del caballo volador que era esa preciosa BH azul. Tengo que decir que mis dos hermanas, mi hermano y yo aprendimos a mantener el equilibrio en esa BH mini, eso sí, la que más la usó fui yo. Ella fue la escuela de mis dos hijos y mis seis sobrinos. Todavía está en la casa de la huerta de mis padres, flamante como el primer día.

La segunda bici fue un regalo de mi abuelo a mi hermano. Entonces todos los críos de su edad morían por una ‘bicicross’, pero he de decir que mi hermano renunció a ese sueño porque quería una bici que pudieran usar sus hermanas igual que él y gracias a él pude disfrutarla también, aunque la usamos menos porque al ser tan grande se guardaba en casa de mis abuelos y solo íbamos los fines de semana. La BH azul fue sin duda mi escudera muchos más años y escribir sobre ella me emociona bastante.

Llegó otra bici a mi vida que era mi diversión los veranos que pasábamos en mi adolescencia en la huerta de mi madre. En esa época mis padres vivían en la casa que tienen hoy en el mismo lugar, con piscina y con muchas cosas que han disfrutado todos sus nietos. No era más que una casa en la huerta sin apenas comodidades donde se estaba más fresquito y se podía tomar el sol, pero con cuidado porque te podía picar un insecto.

Allí había una bici tipo ‘Frankenstein’ que había construido mi padre con las ruedas de una, el cuadro de otra, el manillar de más allá; esa era la bici imposible, era imposible que la robaran de lo fea que era, por eso estaba allí. Apenas llegaba al suelo, pero como demostré mi destreza al llevarla, me dejaban salir y con ella dábamos largos paseos aquellas tardes interminables de verano que gracias a esas rutas eran más llevaderas y divertidas. En el portaequipajes cargaba a mi vecino Óscar y mi hermana pequeña me acompañaba en la BH que antes me había hecho a mí la niña feliz que era en ese momento ella.

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Me hice adulta, salí de casa y pasaron unos años después de tener a mi primer hijo cuando un día en compramos una pareja de bicicletas muy monas con unas cestitas de mimbre blanca. Fueron mis primeras bicis propias: una fuxia y otra azul. En el primer paseo que dimos no tardamos ni dos minutos en volvernos. Después del embarazo, donde engordé 22 kg., perdí la forma que tenía a los 17 cuando daba esos paseos tan preciosos en verano. No habían pasado más que cinco años, pero la forma la había perdido y eso lo noté en la primera cuesta que me fue imposible subir sin bajarme de la bicicleta.

Como donde vivía era una urbanización llena de subidas y bajadas y esas bicis no llevaban platos ni piñones (eran bicis de paseo normalitas), decidimos llevarlas a la huerta y allí todavía queda una que usan mis sobrinos para desplazarse en la huerta para ir a jugar a las pistas de baloncesto.

La bici quedó aparcada y a pesar de haberme apasionado, ya jamás tuve una bici; por espacio, por pereza, porque pensaba que ya era mayor para ir en bici dando paseos.

Bobadas mías, y cuánto me he perdido, pienso ahora.

Hace unos cuatro años conocí a quien es hoy mi pareja. Él sale en bici dos días entre semana con una cuadrilla y yo no podía entender cómo se iba tres horas y pico a cansarse tanto. Tampoco entendía cuando le llamaba para cualquier cosa que no me atendiera la llamada. Yo pensaba, si va en bici, ¡cómo no me lo coge! ¿Y si me hubiera pasado algo? No iba a saberlo.

Por circunstancias ajenas a mi voluntad tuve que estar sin trabajar unos meses. Fue justo en octubre de 2019 cuando vino mi hija y le pedí si me podía dejar su bicicleta para aprender a usarla y así se me pasara el tiempo más rápido. Ella me la trajo a casa y ahí empezó todo.

En las primeras salidas era la mujer más quejica del mundo. La ansiedad me invadía, no disfrutaba de nada. Aun así, Antonio tuvo una paciencia conmigo inmensa y no tiró la toalla. Me dolían las muñecas, el culo, el cuello, la espalda… Alejarnos de la ciudad era desesperante para mí porque pensaba que luego había que volver a casa y todavía quedaba el mismo tiempo que habíamos empleado en alejarnos para llegar y bajarme de ese trasto azul malvado que tanto me hacía sufrir, pero al que aun volvía cada tarde para quejarme de los dolores que me provocaba.

Un día cuando llegábamos a Murcia desde Orihuela pasó lo que tenía que pasar. No me quejé nada, empecé a ver las montañas, el río, los patos… ya no me dolían las muñecas; algo estaba pasándome, me había picado el gusanillo de la bici. Tengo que reconocer que me costó, pero el mérito fue de esa persona que no se cansó de ir a mi lado pese a lo que me quejaba. Le doy las gracias infinitas por ello.

Empezamos a hacer rutas juntos y a mí me vino muy bien para sacar la ansiedad que me inundaba y no sabía cómo quitarla.

Un fin de semana que Antonio salió de ruta de alta montaña, quedé con Rafa, un conocido de una conocida y al que no le importó salir conmigo. Había una gran vergüenza por mi parte cuando comprobé que no estaba todavía preparada para salir con más gente porque todavía no controlaba los cambios y me daba desconfianza ir por carretera compartida con coches. Él enseguida se dio cuenta y fue cuando me presentó a otra señora que también estaba empezando como yo, quizás con menos nivel si cabe. Juntas empezamos a quedar dos o tres mañanas cada semana y fue así como empecé a trazar mis primeras rutas. No había más remedio porque ella no se orientaba y no me quedaba otra si quería salir.

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Fue entonces cuando conocí a mi amiga Marga, fuimos presentadas y empezamos a hacer rutas juntas ya pasado el verano del 2020. Congeniamos a la perfección y las dos teníamos una ilusión común; ahí es cuando nació nuestra agrupación , fue de la mano de ella como conocí el movimiento “Women in bike”. Cuando me lo explicó, mi objetivo se convirtió en que ella consiguiera ser líder y cuando eso ocurrió, pude por fin hacer mi primera “quedada women in bike” el 27 de diciembre de 2020.

Hoy día “CicloFeme Orihuela” es nuestro bebé, lo creamos nosotras dos, pero somos todas las mujeres que salimos en cada quedada cada semana.

Por último, he de decir que redescubrir la bicicleta a los 45 años me ha trasladado a la felicidad de mi infancia y a la libertad de mi adolescencia, como dice mi gran amiga Tay (a quien recientemente he contagiado esta pasión): “es lo más parecido a volar o a esquiar”, “como montar a caballo”, dicen otras compañeras. “Adrenalina” … y digo yo que algo que puede ser tantas cosas bonitas y excitantes a la vez, no se puede dejar de hacer por más tiempo. La velocidad no tiene edad.

Autora: Marisa San Bartolomé Bravo - CicloFeme Orihuela

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