Izaro Antxia, el ciclismo como terapia para la vida

La vida de Izaro Antxia siempre ha estado ligada al deporte y a la bicicleta en particular; una afición que le ha permitido crecer, superarse y, en definitiva, ser feliz.

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Mi primera bici con cambios me la regaló mi abuela. Le había tocado en un supermercado de Guriezo (Cantabria), ¡con la mortadela! Tendría unos 10 años y, cuando estaba allí, era mi juguete favorito; podía pasarme el día dando vueltas con ella por el pueblo, que nunca tenía fin.

Donde vivía e iba al colegio era una niña que sufría bullying y, además, no tenía amigos de verdad, así que el deporte era lo único que me mantenía con los pies en el mundo: la bicicleta, el fútbol… incluso jugaba a hacer carreras ciclistas con "chapas": todo se movía en torno al deporte y era lo único que me hacía libre de todo lo que pasaba durante el colegio. Aparte, estaba inmersa en un proceso psicológico que era brutal, porque me enfrentaba a mi propio cuerpo, que mantenía una lucha constante contra mi cabeza, lo que era casi insoportable... algunas se dan a la bebida, pero yo me di al deporte.

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Cuando cumplí los 14, mi abuela Lita me regaló “una pedazo de bici”... un sueño. ¿Os imagináis lo que era para una niña cuya mayor afición era escuchar las gestas de Joane y Miguel en radio y televisión tener una bici como la que tenían ellos? Yo solo quería salir con ella, y vaya si lo hice. Todas las tardes del verano, después de ver el Tour de Francia o la Vuelta Ciclista a España, salía con mi bici y recorría las carreteras cántabras; daban igual 30, 40 o 60 kilómetros: Castro, Guriezo, Trutzioz... era libertad y me hacía sentir viva y olvidar. Después lo dejé, la vida me venció y durante unos años abandoné el pedal, que no el deporte, para jugar al futbol sala...

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Hace tres años hice mi primer triatlón, ya como yo misma y después de vencer a mi cuerpo y a los fantasmas que habían convertido mi infancia en un infierno terminé aquel "Emakumezkoen Triatloia" en Donostia y volvió a mí aquella felicidad que sentía cuando volvía a casa con mi bici después de recorrer paisajes y carreteras. Hice mi segunda prueba, un duatlón en Eibar y, tras mi segundo "Emakumezkoen Triatloia", me hice con mi negrita; una fiera de aluminio con la que he podido subir cimas como el Oiz, Orduña, Collado de Asón o Los Machucos, entre otros. Con ella he hecho miles de kilómetros en dos años y he podido sumarme al proyecto #WomenInBike de la Real Federación Española de Ciclismo lo que, además, me ha permitido lograr que podamos rodar juntas y unidas muchas mujeres, igual que hice yo.

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Quiero recorrer más kilómetros con mis compañeras, disfrutar del deporte e, incluso, poder competir este año porque sé que aquella mujer que me regaló esa primera bici que le tocó con la mortadela de un supermercado estaría orgullosa de su nieta solo por ello.

 

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